EU: Elecciones intermedias, resultados ambivalentes

CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Las elecciones intermedias en Estados Unidos generalmente marcan un punto de transición hacia el ambiente político en que tendrá lugar, dentro de lo permitido por la Constitución, la reelección del presidente en funciones. Es frecuente que en dichas elecciones –en las que se renueva la totalidad de miembros de la Cámara de Representantes y un tercio del Senado– el partido en el poder experimente retrocesos; el inevitable desgaste del que tiene la responsabilidad de tomar decisiones.

Esta vez, las elecciones intermedias no pueden verse bajo ese prisma. Ahora se encuentra al frente del ejecutivo la personalidad más polémica y repudiada que ha ocupado ese puesto en la historia contemporánea de los Estados Unidos. Las sospechas sobre las condiciones en que llegó al poder (¿lo ayudaron los rusos?); su animosidad hacia actores destacados de la vida política estadunidense, como son los medios de comunicación; el rompimiento de las reglas más elementales para tomar decisiones teniendo en mente la opinión de su gabinete; el comportamiento reprobable en la arena internacional que ha llevado al distanciamiento de los aliados tradicionales de Estados Unidos en el mundo occidental; las acusaciones sobre conflicto de interés entre la conducción del gobierno y sus intereses económicos particulares; su negativa a tomar en serio la amenaza del calentamiento global, son sólo algunos de los motivos de profunda perturbación en la vida política estadunidense desde enero de 2017.

Por todo lo anterior, las elecciones intermedias de 2018 tuvieron un carácter excepcional. Fueron vistas por la opinión pública y la mayoría de medios de comunicación como un referéndum sobre la idoneidad de Donald Trump para conducir al país más poderoso del mundo. Sin embargo, la respuesta proporcionada por las urnas no fue contundente. Cierto que hubo un importante avance del Partido Demócrata al haber ganado la mayoría en la Cámara de Representantes del Congreso, pero cierto también que los republicanos lograron victorias que no permiten concluir en el sentido que se ha iniciado el final de Trump.

Fueron resultados ambivalentes por los siguientes motivos: la solidez del voto duro de la clientela electoral de Trump, que se mantuvo en el 40% ya conocido. A ello se sumó el grado en que el magnate consiguió inyectar en la totalidad del Partido Republicano las ideas centrales de su discurso basado en el racismo, la xenofobia y el miedo frente a las amenazas que se ciernen sobre la población blanca en los Estados Unidos por la llegada masiva de centroamericanos, decididos a ingresar al suelo americano para interrumpir su tranquilidad, asesinar, robar y crear el caos. Semejantes afirmaciones, descabelladas y claramente falsas, fueron sin embargo transmitidas y engrandecidas por los candidatos republicanos. El partido, en su conjunto, asumió el discurso del odio, el miedo y la exclusión.

Por otra parte, si bien se perdió la mayoría en la Cámara de Representantes, la superioridad en la Cámara de Senadores se incrementó, se ganaron, aunque con dificultades, gobiernos de estados significativos como Texas y Florida, llegaron senadores de peso para el pensamiento más conservador, como Ted Cruz. Todo ello contribuye a preservar la arrogancia y la mentira que caracterizan el estilo personal de gobernar de Trump. Éste ya está dando los primeros pasos para acotar el daño que pueden causarles los representantes demócratas en el Congreso al pedir la renuncia del fiscal Jeff Sessions y colocar un nuevo fiscal, Matthew Whitaker, conocido por su disposición a poner límites a las investigaciones de Mueller sobre las relaciones de Trump y sus allegados con el gobierno de Putin.

Un hecho que no se puede ignorar es que Trump puede presumir haber tomado medidas para mantener la economía en buena forma. Los índices de crecimiento del PIB son altos, los niveles de desempleo bajos, el déficit comercial que tanto les preocupa disminuye, algunos asuntos pendientes en la arena internacional, como la posesión de bombas nucleares por Corea del Norte, con altibajos pero avanza. Son datos que fortalecen la imagen de Trump y siguen despertando el entusiasmo de sus seguidores.

Por lo que toca a los demócratas, no hay duda de sus éxitos al ganar más de los asientos esperados en la Cámara de Representantes. No hay duda en el orgullo que pueden sentir las mujeres, quienes, por primera vez, obtienen un número tan alto de curules. Desde luego celebramos el respeto y reconocimiento a la diversidad, ilustrados por la llegada de un gobernador abiertamente gay al gobierno de Colorado, o de una diputada de religión islámica al Congreso. Esa es la sociedad estadunidense liberal, integrada por etnias y religiones distintas, que tanto han contribuido a través de esa diversidad al avance de la ciencia, la tecnología y, en general, a la grandeza de ese país.

Ahora bien, esa nueva Cámara de ­Representantes tiene también debilidades preocupantes. Carece de liderazgo y está constituida por un grupo muy heterogéneo al que será difícil cohesionar para fijar una agenda de trabajo a partir de enero. Son claras las diferencias entre los ­grupos radicales que querrían iniciar el juicio político de Trump y las voces moderadas que piden una agenda de conciliación con miras a ampliar el número de partidarios para las elecciones presidenciales de 2020. No será fácil encontrar ese equilibrio teniendo a la cabeza una figura con gran experiencia legislativa, pero francamente desgastada como Nancy Pelosi.

El significado para México de la situación anterior tiene varios puntos a destacar. En la conducción de las relaciones con Estados Unidos, en la actualidad es imperativo fortalecer el entendimiento con los gobiernos locales. No debe perderse de vista, entonces, lo que ocurra en los estados fronterizos donde hubo cambio o reelección de gobernador. Texas reelige una personalidad republicana difícil, Nuevo México una mujer demócrata progresista. Arizona va republicana, California sigue siendo demócrata por excelencia.

En la Cámara de Representantes se impone mantener buenas relaciones con quienes puedan influir en temas prioritarios para México, como son la ratificación del USMEC, la aprobación del programa DACA y la oposición al financiamiento del famoso Muro.

El tema más difícil con que se enfrentará el gobierno de Andrés Manuel López Obrador es la dimensión adquirida durante estas elecciones por las caravanas centroamericanas y el empeño de Trump en hacer de México el espacio para detenerlas en condiciones similares a las que operan actualmente en Turquía.

No va a ser fácil conducir las relaciones México-Estados Unidos cuando Trump está en combate para su reelección. Su tentación de golpear a México para satisfacer a su clientela será un peligro siempre presente.

Este análisis se publicó el 11 de noviembre de 2018 en la edición 2193 de la revista Proceso.

 

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