La visibilidad del grupo hasta el fin de la travesía y su posterior asentamiento es literalmente un puente humanitario que los tratará de mantener a salvo del crimen organizado.
Tapachula se convirtió por primera vez en el centro de la atención mundial. Como diría Juan Villoro, dado que los mexicanos aprendemos geografía a punta de tragedias, la crisis del desplazamiento forzado de miles de centroamericanos que cruzaron por esa ciudad fronteriza mexicana, sirvió para ubicar en el mapa del planeta a esa entidad y la subsecuente trayectoria del éxodo migrante. Junto con la crisis humanitaria que acompaña a este numeroso grupo de personas que viajan caminando en condiciones sumamente precarias, se van conociendo las historias que explican la decisión individual de sumarse al éxodo. Lo más repetido sin profundizar demasiado, la pobreza, la inseguridad, la desesperanza. Lo más complejo, el escenario político en Honduras, la represión y el control feroz del presidente Juan Orlando Hernández que quedó en evidencia ante el mundo entero y que ahora promete empleo, combatir la violencia y renovar las condiciones democráticas de su país. Al crucigrama se suma el escenario políticamente favorable que las imágenes de la amenaza de una masa humana representan para el discurso que Trump ha alentado desde su campaña con tan buenos réditos. Las especulaciones sobre quiénes se benefician, quiénes financian y quiénes son, en última instancia, los autores intelectuales de esta marcha casi bíblica corren por cientos y lo único que queda claro es que los que sufren son los propios migrantes.
En su caminar poco a poco se van quedando atrás los que desisten porque no aguantan el largo andar de miles de kilómetros y los que empiezan a tener información más clara sobre los trámites que tendrán que enfrentar sea en México o en Estados Unidos para poder, eventualmente, regularizar su condición y quedarse a radicar en condiciones que no necesariamente son muy distintas a las de su país de origen, sobre todo en lo económico. Al cansancio, se suma el hambre, el sueño, fiebres, diarreas, niños llorando y la incertidumbre de lo que vendrá.
Hay un punto que no puede soslayarse porque es, literalmente, de vida o muerte. Se trata del acompañamiento que la autoridad mexicana, organismos internacionales y sociedad civil esta dando a estos peregrinos. De su vigilancia, cuidado, cercanía y atención depende que el crimen organizado que suele asediar a estos grupos, no los haga sus víctimas. La visibilidad del grupo hasta el fin de la travesía y su posterior asentamiento es literalmente un puente humanitario que los tratará de mantener a salvo.
Al ritmo que avanza el grupo en unos días este éxodo migratorio irá llegando a ciudades que han firmado compromisos de hospitalidad como Puebla y Ciudad de México, que ésta última incluso, se nombró ciudad santuario en abril de 2017. Es por esto que esta entidad ya prepara operativos y acciones para acompañar y brindar atención a quienes componen al grupo. Esta será una oportunidad de oro para refrendar, en los hechos, lo que se ha afirmado sobre el papel de esta ciudad capital que se autodenomina ciudad refugio, ciudad de asilo, ciudad global. Tal vez esto justifique que, como ocurrió en Madrid en 2015, que una gran pancarta dé la bienvenida a quienes luego de recorrer medio país harán un alto en el camino. La Ciudad de México es más que una parada estratégica, es la oportunidad para pensar que país somos ante el dolor ajeno y si esto nos sirve para construir una narrativa que como mexicanos del presente nos llene de orgullo. Llegó el momento de mostrar eso de que “mi casa es su casa”, es más que un refrán repetido por siglos.
Esta noticia pertenece a El Universal
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